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Pedro Bracho Grand

 



Pedro, Elsy y Carmen. 13 de marzo 2016

De la Amistad

Y un joven dijo: «Háblanos de la amistad»

Y él respondió:

«Vuestro amigo es la respuesta a vuestras necesidades.

Él es el campo que sembráis con amor y cosecháis con agradecimiento.

Él es vuestra mesa y el fuego de vuestro hogar.

Porque os acercáis a él con vuestra hambre y lo buscáis sedientos de paz.

Cuando vuestro amigo os manifieste su pensamiento no temáis el “no” en vuestra cabeza ni retengáis el “sí”.

Y cuando él permanezca en silencio, que vuestro corazón no deje de oír su corazón.

Porque en la amistad, todos los pensamientos, todos los deseos, todas las esperanzas nacen y se comparten con gozo y sin alardes.

Cuando os alejéis de vuestro amigo, no sintáis dolor.

Porque lo que más amáis en él quizá esté más claro en su ausencia, igual que la montaña es más clara desde el llano para el que quiere subirla.

Y no permitáis que haya en la amistad otro interés que el que os lleve a profundizar en el espíritu.

Porque el amor que no busca más que la revelación de su propio misterio no es amor, sino una red tendida que solo recoge la pesca inútil.

Que lo mejor de vosotros sea para vuestro amigo.

Sí ha de conocer el flujo de vuestra marea, que también conozca su reflujo.

Porque, ¿Qué amigos sería aquél que tuvierais que buscaros para matar las horas?

Buscadlo para vivir las horas.

Porque existe para colmar vuestra necesidad, no nuestro vacío.

Y haced que en la dulzura de la amistad haya risa y placeres compartidos.

Porque en el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su alborada y se refresca».

Kahlil Gibran

El Jardín del Profeta


Hace casi diez años, por estas mismas fechas aunque no era Pascua Musulmana, en las montañas del Rif, en un pueblecito azul y de muchos celestes llamado Chefchaouen, Ana Cristina y yo paseábamos por el puente del Río “Ras el Ma” (Cabecera de Agua), donde hoy en día siguen las mujeres del pueblo agareno lavando las ropas, con un “plus de modernidad” el cual consiste en que, al borde de la cascada, con unas instalaciones de bateas o “pilas” (como dirían en Costa Rica), debidamente servidas con redes de fontanería y saneamiento y una cubierta acorde, acompañadas por la brisa serena y la amable sombra de los árboles: Ellas están allí. Trabajan para sus hogares desde allí, comadrean desde allí, algunas aprovechan la luz del sol para el secado de chilabas, kandoras, alfombras y tejidos de doméstico uso.

 

Durante el paseo hablábamos de muchas historias y ver a Ana Cristina era como ver a Carmen Isabel, pero era también ver a Pedro y a Carmen. Desde que tengo memoria en la casa de mi tía Nelly, en Santa María, eran “el cuarteto”, las hijas y “Los Pedros” que ventilaban también esa especie de “Casa Azul” marabina en su prístina galaxia de afectos. Siempre que veo a Carmen Isabel veo a Ana Cristina y viceversa en el espejo del amor y por eso son tan parecidas entre sí y son tan parecidas a Carmen y a Pedro. Los sutiles rasgos semíticos de Ana Cristina y de Carmen Isabel me eran no sólo muy familiares, sino familiares justamente allí también, en el Magreb, y esa apreciación no pasó desapercibida por los hábiles comerciantes de Chefchaouen.

 

Respondía con mi dialecto marroquí chapucero, intercambiábamos frases en español y en “dariya” (dialecto,) me preguntaban si Ana Cristina era una chica venida desde Siria. Fugazmente, y sin que apenas Ana se diera cuenta, repasaba su rostro con los rostros de Carmen Isabel, de Carmen y de Pedro y me decía que, esa pista semítica con la que confundían a mi amiga, tendría que venir de la sangre de Pedro.

 

—¡Ana y Carmen tienen unos hermosos ojos almendrados coronados con arcos de cejas imponentes como las princesas de aquí! — me decía. ¡La humanidad y las sangres pueden ser un pañuelo!, vete tú a saber las sales de qué multitud y generaciones de besos dejarían su rastro por los corales de nuestro Caribe…

 

Luego de bajar la montaña, de vuelta al otro lado del río, seguimos nuestros paseos por Chefchaouen y sus tiendas de tejidos, telares, vasijas de cerámica con caleidoscópicos colores, joyerías de plata y piedras semipreciosas, tienda de especias con sus célebres conos aromáticos y embriagantes como los de las aceitunas amarillas, rosadas, negras y de todos los verdes imaginables de las olivas. Celebramos su cumpleaños, el 26 de julio, en una terraza viendo la Kasbah de Chefchaouen, iluminada con una luz yodada que acentuaba su perfil almenado y con el color nacarado a retazos de la luz de la luna. Le había dicho a Ana Cristina que quería comprar una alfombra mágica (que al final fueron tres) y, al día siguiente, fuimos a la tienda que había seleccionado, aquella que me había maravillado hacía tiempo atrás cuando José Mari y yo fuimos allí de paseo, en octubre del año anterior.

 

¡Otro agareno que me preguntaba si la chica era de Siria! Debo aclarar que, para el imaginario de los jóvenes marroquíes, ¡las mujeres sirias son la representación de sus odaliscas del paraíso en la tierra! Cuando Mohamed me escuchó decir que éramos venezolanas, acto seguido, me preguntó si yo era su madre. Ana Cristina y yo soltamos unas carcajadas largas. Claro, él no entendía cómo iba a estar una muchacha así por el mundo desde tan lejos sin sus padres o, mejor dicho, sin su padre con el cual pudiera formalizar un compromiso nupcial.

 

¡Menuda tarea y responsabilidad: representar a Pedro en Marruecos!

 

Debo decir que esto, ciertamente, ¡no me lo esperaba!, me entró un ataque de hilaridad, no sólo por la propuesta del muy próspero, agarbado y guapo comerciante, sino porque Pedro para mí estaba en otro plano. Un plano inalcanzable.

 

«¿Cómo puedo representar a Pedro?» — decía para mis adentros. 

 

«Yo: ¡de papá postizo e improvisado y lo que más puedo llegar a oler del Derecho, es esta suerte de derecho consuetudinario del mercadeo magrebí, bastanteado y aprendido en los zocos, regateando el precio de los atunes, corderos, tinajas y pieles. ¡Madre mía!» — seguía este asunto en el ajedrez de mi cabeza.

 

               «No sé que será más difícil: si tratar de emular a Pedro en sus maneras pausadas, suaves y de argumentos dialécticamente contundentes; o, descorrer el velo de cómo nos consideran a las mujeres allí. Yo que soy todo crispamiento, con gestos muy desiguales y hasta incorrectos… la pésima contrincante de una partida de póker» — el escenario estaba servido, aunque en los entretenidos vaivenes de las negociaciones en las medinas del Magreb, el punto teatral es más que necesario y forma parte del protocolo.

 

Más allá del disparatado amor a primera vista de Mohamed, el cual, habida posición, bienes y país puede casarse tantas veces le permita un Cadí (juez) previo examen de su fortuna según la Mudawwana (Código de familia en Marruecos), estaba Pedro que, para este varón mahometano, tendría todas las papeletas para ser un Ulema, ¡nada más y nada menos!, y para mí, en nuestra cultura occidental no existe un símil más completo para Pedro, y me explico: Reconocerlo docto, magistrado, uno de los primeros constitucionalistas de nuestro país antes de que, en 1999, fueran tan demandados por los procesos de transformación política en Venezuela… se queda corto. Muy corto. Hay que hacerse del mas generoso, sincero, humanista y poético arsenal de definiciones para acercarnos a nuestro querido Pedro Bracho Grand. En mi cabeza y corazón, después de tres años allí, trabajando, compartiendo y leyendo autores árabes y muy especialmente toda la obra de Fátima Mernissi, los Ulemas medievales no sólo debían ser doctos en El Corán, La Sharía, jurisprudencia islámica, sino tener esa vida íntegra y compasiva, conocer profundamente la poesía, geometría y hasta astronomía, y eso no era imposible para una cultura que nos ha regalado los números, sesenta maneras de decir “te amo” cuando en español tendremos unas doce y los japoneses sólo tres. Nuestro comerciante rifeño había obrado por arte de magia, en un arrebato de amor, que yo entrase en la perspectiva de “ver” a Pedro en las dimensiones que lo hemos recordado y admirado en nuestro encuentro por zoom, el pasado miércoles 21 de julio. Creo que fue la primera vez que tuve la oportunidad de tomar distancia para reconocer lo más objetivamente posible a Pedro, y recordé el poema de Kahlil Gibran.

Tomando té durante la tinción de hena, antes de una ceremonia con la Autoridad. Marruecos 2018

Para Ustedes que leen, estoy nuevamente de vuelta a la tienda en mi alfombra voladora. Mi alfombra voladora fue una vez más la imaginación y el relato, aderezando el lugar frente a nosotras: un té moruno aromatizado a partir de gotas de esencia de jazmín y de yerbaluisa, que sólo sirven los marroquíes para ocasiones muy especiales como acuerdos, bodas, bautizos, encuentros con la Autoridad. Al primer sorbo entendí que el chico hablaba en serio. Ana Cristina no lo sabía, pero yo había estado por mis responsabilidades en escenarios donde ya sabía diferenciar el té de esas ocasiones. Mohamed fue dilatando sabiamente el encuentro, no sólo con la muestra de las alfombras, cual más asombrosa que la otra, y que realizan en tarea ruda las mujeres con sus manos; teníamos una transacción de la artesanía que era el objeto de mi visita. Las más costosas eran la que tenían en un extremo los flequillos anudados, porque significaban que era la última alfombra que haría una maestra tejedora y anciana: Su alfombra de despedida. Los kaftanes, las chilabas y kandoras eran trabajo de sastres, de varones, pero las alfombras eran trenzadas por manos de mujeres, domeñando las lana desde sus casas rurales y ese trabajo es, con mucha diferencia, un trabajo muy duro, de mucha paciencia y franca maestría.


Tienda de Mohamed en Chefchaouen

Siempre me ha gustado entrar en el arte lúdico de la negociación con ellos: los bereberes, porque hacen de esto un verdadero performance, creo que en el caso de estos pueblos va en su epigenética. Si al final no logran venderte nada, ellos han disfrutado estar contigo, gustan hacer gala de ser extraordinarios anfitriones durante las ventas dentro de sus tiendas, y, a ser posible, quedar contigo amistosamente para otra ocasión, en el té de la venta dejan su ingenio y locuacidad. Ana Cristina tomó varias fotografías del encuentro. Dan fe de ello. Finalmente me decidí por una, pero la segunda “negociación”, la nupcial, fue la que rompió el encanto.

 

Como ya les decía, este joven, guapo y próspero comerciante me colocó en una tesitura imposible: representar a Pedro, nuestro ulema venezolano. Aún así, nada… decidí entrar en el juego.

 

—¿Qué ofreces a mi familia por Ana Cristina, abogada, con estudios de postgrado, con idiomas y una joven promesa de las letras? — le dije.

 

—¡Un camello! — respondió. ¿Un pinche camello?, no me lo podía creer. Este primer planazo daba al traste con mis más audaces elucubraciones pitagóricas. Como comprenderán, ni en juego podía caerse mas bajo. Después, aduje las virtudes de la familia, y en tierra mahometana empecé a recitar el rosario de virtudes del Padre, (a ver si al menos cubría la ofensa de ofrecer un solo camello de partida en la negociación), luego de la Madre y de Carmen Isabel, además, ¡ella tiene una talentosa y hermosa hermana doctora! — Y así, a miles de kilómetros de distancia y sin ella saberlo, tangencialmente metí también a Carmencita en este saco.

 

—¡Dos camellos! — aumentó la oferta. El estupor me empezaba a calentar el rostro, delataba mi primitivismo. Ya nos habíamos chupado la jarra de té moruno de ocasiones especiales, ¡y sí que lo era, pero en el sentido anverso al que había imaginado! Ana Cristina se reía, el equilibrio que me había imaginado se estaba haciendo líquido, y mi autoestima de negociadora aprendidos esos años allí se estaba yendo literalmente a la mierda.

 

¿Cómo?, ¿dos camellos nada más? — seguí a ver si reaccionaba el moreno negociador contrincante.

 

—¡No, vale!, no. Esto es muy indigno. Si no comienzas por cien camellos ya estamos agarrando nuestros bártulos y nos vamos. — le dije. Contraataqué dispensando más virtudes y razones de la familia, pero de nada sirvió.

 

Nada, no mejoró sino en dos camellos más. Me volví hacia Ana Cristina que se esfumó y nuestra joven promesa de las letras y del derecho tomó forma ante mis ojos de tres camellos, sólo uno se dejó fotografiar con nosotras. Me di cuenta de que tanta humanidad por cuatro camellos sería el horizonte más atrevido de la oferta, y peor aún, para Mohamed negociables a la baja ¡porque conozco en gran medida el corazón del juego de la negociación bereber! Conocida la tasación de los tres camellos, (¡si acaso!), comprendí que todo el juego era un verdadero despropósito y que lo mismo daba hablar de camellos, mulas o cabras. Éramos eso: poco más que ganado. ¡Ni en juego! — «Creo que mi práctica del derecho consuetudinario pulido en el zoco de la esquina es la mar de chimba» — en fin…

 

Me imaginaba entonces a Pedro, a Carmen y a Carmen Isabel como los tres Reyes Magos sobre los tres camellitos, como caravanserallos desterrados, sin mercaderías, errantes por los médanos de Coro y sin una cuarta parte del “cuarteto” . Y, a mi mala conciencia llegó el momento de negociarle al mejor precio las otras dos alfombras mágicas, ¡Pero para salir corriendo de la tienda!, no recordar al comerciante infame, y, sobre todo, restituir en lo que en mi mente habría sido una ofensa en el corazón de la dignidad de nuestro ulema, una ofensa para Carmen, para Carmen Isabel y, ¡obvio! para nuestra joven promesa de las letras y del derecho.

 

—¡El profeta no cruzaba el desierto de la península arábiga con menos de 500 camellos! — dije. Lo sabía porque lo había leído.


 —¡Llorarás amargamente esta pérdida por tu mezquina incomprensión! — pagué y cerré la conversación. —¡Vámonos, Ana. Llevémonos las alfombras! Chama… ¡tres camellos!, anótalo — No paramos de reír hasta la posada.


Para amanecer el viernes, 16 de julio, día de nuestro Santo y patrona de los marinos, soñé que estaba en casa de Pedro y Carmen, en Maracaibo. Soñé que estaban ellos con su par de ninfas en Saint Thomas, que yo les tomaba muchas fotografías y, al lado del ventanal que da a la terraza, cantaba un ruiseñor y, a los pies del ruiseñor, estaban mis alfombras. Una de ellas con el extremo de los flequillos anudados.

 

Las tres alfombras de esta historia aún me esperan en Costa Rica, hermosas, únicas, duramente negociadas. Lo que no supe hasta este 20 de julio era que Pedro partiría en la verdadera alfombra mágica de flequillos anudados al extremo, esa que apareció en mi sueño, quizá él ahora sobrevuela en ella los Médanos de Coro y sus mejillas son acariciadas por un nuevo viento: Por el viento de la Península de Paraguaná.

 

Algunos tienen poco, y lo dan todo.

Éstos son los que creen en la vida y en la generosidad de la vida: su cofre nunca está vacío.

Algunos dan con placer, y ese placer es su recompensa.

Algunos dan con dolor, y ese dolor es su bautismo.

Algunos dan y no conocen el dolor de dar, ni buscan el placer de dar ni lo dan conscientes de la virtud de dar.

Dan como el mirto en el valle que ofrece su fragancia al aire.

Por las manos de los que son como esos seres habla Dios, y desde el fondo de sus ojos Dios sonríe sobre el mundo.

 

Kahlil Gibran

El Jardín del Profeta

 

A Carmen Luisa, Carmen Isabel y Ana Crisitina: las Tres Reinas Magas.

A Pedro, que surca los cielos del paraíso sobre una alfombra mágica.

 

Con amor,

Elsy del Carmen


Comentarios

  1. Bellísimo como todo lo que escribes, negrita

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  2. Y toda mi solidaridad y condolencias a la familia de don Pedro, especialmente a su esposa doña Carmen y sus hijas, Ana y Carmen Isabel.

    ResponderEliminar
  3. Bellísimas líneas que describen amorosamente una relación muy hermosa de amistad que se hizo familia indudablemente.
    Mi más sentidas palabras de condolencia para Carmen, sus hijas y el resto de la familia.
    Pedro también fue para mi familia una persona muy especial y querida y siempre lo recordaremos con mucho amor y profundo respeto.
    En nuestras memorias siempre presente estará🙏🏻

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