Hace diez años, me comentaba el arquitecto Felipe Delmont Mauri quien diseñó el proyecto del urbanismo San Felipe, en el municipio San Francisco de Maracaibo, que él había vivido la época dorada de las inversiones estatales para industrializar la producción de viviendas con alcance masivo.
Para la época del proyecto era un arquitecto venezolano, recién graduado en Canadá y con sus veinticinco años, todo el fragor de diseño con ese sistema de muros portantes de concreto armado, estaba dirigido a optimizar el espacio en sesenta metros cuadrados de construcción. Lo dramático fue, que cuando iniciaron los trabajos a solo tres meses, ocurría una ocupación de tierra en el terreno de al lado, que en dieciocho meses logró la misma densidad poblacional que su proyecto, con una notable diferencia: el barrio podría mejorar sus viviendas a lo largo del tiempo los de San Felipe no, ni siquiera podrían clavar un clavo en sus paredes.
Treinta años después, cuando tuve esa conversación con el colega, coincidíamos en que la estrategia debía ser colocar los recursos técnicos y financieros a las personas, inclusive garantizar los componentes de una “industrialización asimilable” por la gente; es decir: puertas, ventanas, techumbre, piezas sanitarias, bloques y otros. Venezuela en el año 1984 tenía todo su parque industrial para la producción masiva de vivienda, funcionando al 15%. ¿qué falla?, ¿qué sigue fallando?. No podemos darnos el lujo de seguir confeccionando una política de vivienda con la cámara de la construcción, los sindicatos de la construcción, inmobiliarias, colegios profesionales y los consejos comunales de telón de fondo. Hace falta regularizar la participación del pueblo con sus propuestas, en el contexto específico de nuestra realidad
Para la época del proyecto era un arquitecto venezolano, recién graduado en Canadá y con sus veinticinco años, todo el fragor de diseño con ese sistema de muros portantes de concreto armado, estaba dirigido a optimizar el espacio en sesenta metros cuadrados de construcción. Lo dramático fue, que cuando iniciaron los trabajos a solo tres meses, ocurría una ocupación de tierra en el terreno de al lado, que en dieciocho meses logró la misma densidad poblacional que su proyecto, con una notable diferencia: el barrio podría mejorar sus viviendas a lo largo del tiempo los de San Felipe no, ni siquiera podrían clavar un clavo en sus paredes.
Treinta años después, cuando tuve esa conversación con el colega, coincidíamos en que la estrategia debía ser colocar los recursos técnicos y financieros a las personas, inclusive garantizar los componentes de una “industrialización asimilable” por la gente; es decir: puertas, ventanas, techumbre, piezas sanitarias, bloques y otros. Venezuela en el año 1984 tenía todo su parque industrial para la producción masiva de vivienda, funcionando al 15%. ¿qué falla?, ¿qué sigue fallando?. No podemos darnos el lujo de seguir confeccionando una política de vivienda con la cámara de la construcción, los sindicatos de la construcción, inmobiliarias, colegios profesionales y los consejos comunales de telón de fondo. Hace falta regularizar la participación del pueblo con sus propuestas, en el contexto específico de nuestra realidad
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