Escribe
Pío Baroja:
“Basta poseer una reputación
cualquiera, buena o mala, para que las personas conocidas por uno vayan
poniendo su piedra en el monumento del valor o de la cobardía, del ingenio o de
la brutalidad, asignado a cada uno”
Pocas
cosas son tan ciertas como estas líneas de Baroja. Al monumento del amor y de
la tristeza se suman estas líneas, pero no porque baste de pretexto tu recuerdo
para traerlas, porque en mi vida y en mis decisiones pocas personan me marcaron
tanto, y por eso, a diez años de tu partida, el diálogo que has dejado en mis
reflexiones y en mi corazón son diarios, permanentes, a veces siento que no soy
yo, sino la emulación de tu mejor tino el que me conduce a grandes y pequeñas
decisiones. Tengo 45 años. A esta edad ya teníamos cuatro años viviendo juntas.
Quizá los más difíciles para cualquier padre que tenga hijos de 19, ¡y vaya
adolescencia la mía y vaya entrada en la vida adulta viviendo contigo y María
Eugenia en tu casa, en Santa María! Recordar a los padres y nuestra relación
durante la infancia no creo que suela estar tan acompañados de vivencias tan densas
de detalles, como recordar la vivencia con ellos ya en la adolescencia, ya en
la vida adulta, más aún, cuando a tus 45 estabas en el verdor y el rojo de tu
compromiso político con las personas que, sin otra decisión vital más allá de
querer un techo bajo el que morar con sus hijos, asumían la lucha por la
tierra, por la habilitación de los suelos urbanos de la periferia de Maracaibo,
o la brega en tribunales para seguir batallando uno a uno el derecho a la
justicia de mujeres cesadas de sus trabajos, penalizadas patronal y
arbitrariamente por asomar el vientre fecundo, por garantizar las pensiones
alimentarias de infantes que pasaron al otro margen cuando acabó la relación de
sus progenitores, al margen del olvido y del desamparo. Los noventa fueron años
muy movidos. Yo estudiaba arquitectura, el país estaba convulso, roto el
tablero político para abrirse a un camino de esperanza renacida, la casa de
Santa María… un trasegar de poetas, luchadoras sociales, estudiantes, periodistas, agnósticos delirantes, divorciadas, músicos, escritores, artistas
plásticos, más de un exiliado, profesores universitarios, los de los comités de
solidaridad con Nicaragua, Cuba, Uruguay, Salvador, etcétera… Y en la esfera
familiar, tus hermanas y tus sobrinos, de quien siempre velaste
incondicionalmente, con todo tu amor, con toda tu rectitud y toda tu fuerza.
Hoy
me siento muy tú, a pesar de tener a la familia de sangre por varios países.
Todas han sido decisiones mías, no el azar. No creo que Sísifo se pusiera a
cavilar mucho sobre el peso del pedrusco a su espalda, simplemente lo llevaba,
aunque ya en la cuesta tuviera que volver a empezar. Y me siento con energía,
viva, y me acompaña tu irredenta determinación de vivir como se piensa.
Te
amo y te extraño, tía Nelly
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