“— De ahora en adelante seré yo quien
describa las ciudades— había dicho el Kan—. Tú en tus viajes verificarás si
existen.
Pero las ciudades visitadas por Marco Polo
eran siempre distintas de las pensadas por el emperador.
—Y sin embargo he construido en mi mente un
modelo de ciudad del cual se pueden deducir todas las ciudades posibles —dijo
Kublai—. Encierra todo lo que responde a la norma. Como las ciudades existentes
se alejan en diferente grado de la norma, me basta prever las excepciones y
calcular las excepciones más probables.
—También yo he pensado en un modelo de
ciudad del cual deduzco todas las otras— respondió Marco—. Es una ciudad hecha
sólo de excepciones, exclusiones, contradicciones, incongruencias,
contrasentidos. Si una ciudad así es absolutamente improbable, disminuyendo el
número de elementos anormales aumentan las posibilidades de que la ciudad
verdaderamente exista. Por lo tanto basta que yo sustraiga excepciones a mi
modelo, y de cualquier manera que proceda llegaré a encontrarme delante de una
de las ciudades que, si bien a modo de excepción, existen. Pero no puedo llevar
mi operación más allá de ciertos límites: obtendría ciudades demasiado
verosímiles para ser verdaderas.”
Ítalo
Calvino. Las ciudades invisibles
Roger:
Heme aquí de nuevo como poseída por un sueño
inquietante que humedece desde hace varios días la tribu de mis maleducadas ideas
sobre «La Roma Negra de Costa Rica».
No sé hasta qué punto podrá parecerle una insensatez este sorpresivo asalto,
pero recuerdo que: le envié una carta, crucé el Estrecho de Gibraltar, mudé de
paisaje por unos días, dejé a los españoles con su mundo de metódicas obstinaciones
y me fugué a uno menos contaminado, rural, y al vértice de una Pascua, la del
1433. En el camino hacia Chefchauen, la policía vial a cada tanto nos ralentizaba
a decenas de coches que interrumpíamos el paso patibulario de cientos de
corderos, que enfilados sobre el asfalto, en las afueras de Tetuán, iban de un
lado a otro de la carretera vestidos con sus terrosas galas, en grupos de
treinta y más, de treinta y menos, guiados por pastores con chilabas y bastones
de madera sin sospechar que volverían a ser, como sus hermanos cada año la oficiada
ofrenda en la popular liturgia del sacrificio, y que, gracias a su plural mansedumbre
sus gentes son hoy parte de la inconmensurable nación mahometana. Después de
bendecir desde mi intimidad aquellos miles de animalitos a diez kilómetros por
hora y llegada al piedemonte en las montañas del Rif, dormí profundamente, arropada
por un silencio celestial hasta despertar en seco, horadando la noche unas pocas
horas después, pensando en el boscaje y la espesura verdeante de Puerto Limón, su
cercana belleza líquida, el destino de las ranitas verdicolores de sus caños, y
en Usted.
Me propuse entonces aceptarle la partida al insomnio, releer
mi anterior carta y confeccionar el tesauro
de la siguiente, ésta. Le confieso que dejé varias cosas en el tintero con la anterior, pero como le comenté: quiero ventilar
mis ideas sobre los tópicos que ya han entrado en la escena de este diálogo más
otros incipientes, y para ello, quiero irlas acotando en sucesivos despliegues
y repliegues, a propósito de Las ciudades invisibles, ansiosa
como estoy de comenzar a escucharle, y, en lo posible, de no aburrirle en el
camino.
Dice el Gran Kan que aún cuando no haya salido de
palacio le sobran ideas para describir las ciudades de su imperio porque, con las
que ya conoce, a él le basta hacer de
las ciudades una norma que dará con
el tipo exacto de ciudad sabiéndolas con sólo calcular las excepciones más
probables, y, en mandato expreso a su mercader y embajador, con cierta
displicencia, le pide a éste que se digne a corroborarlas en las venideras
expediciones. Este diálogo me impresionó mucho y le comento por qué: Como
metáfora del Estado, al cuerpo del emperador
tienen la posibilidad de acercarse o guardar trato con él unos pocos elegidos,
al punto que, sus embajadores e ilustre burocracia proceden de los estratos más
elevados de sus sociedad; sus conversaciones hacen puente con ricos mercaderes,
astrónomos, poetas, compasivos teólogos, embajadores del mundo más distante,
filósofos y otros tantos personajes conspicuos de la cultura. A las cabezas de
los hombres de gobierno les sucede como a Kublai Kan, suelen tener trato con un
número de personas finito y específico, “representativas de”. Esto parece lo más normal si, en el
trato con los ricos mercaderes, el emperador guarda las distancias que le
permitan tomar las necesarias decisiones estratégicas y proteger a su reino de
los vaivenes, veleidades y negocios propios de esos personajes que poseen un
particular significado del sentido del bienestar,
confunden el bienestar con unos
cálculos de dudosas y endogámicas perspectivas. La cara de la moneda
correspondiente a Kublai Kan está pensando la
norma de las ciudades de su reino, pero sobre la concreción de ésta norma, en el texto se cierne una clara opacidad.
No sabemos de qué va, pero puedes estar seguro, Roger, como lo estoy yo desde
hace años, que esos ricos mercaderes aprovechan el té con pastitas para hablar
y proponerle al emperador el impulso de una norma
a medida de fenomenales productos inmobiliarios, asociados éstos a las
pautas globales del urbanismo neoliberal, con resultados parecidos al de las
gated communities del sur de Florida en los Estados Unidos, a la espectacular
ciudad de Dubai en los Emiratos Árabes o la Ciudad del Cabo en Sudáfrica; le
comentan al emperador que ha llegado la hora: ¡SÍ!..¡YA!.. de repoblar los
imaginarios locales a favor de otro tipo de representaciones asociadas al «éxito»,
a la «gestión urbana emprendedora» para salir del «atraso» y a un sinfín de
estrategias que dan cuenta de la entrada en escena del capital inmobiliario
financiero, llevándose así al traste la histórica producción del espacio urbano
en favor de la colonización del territorio y de sus escenarios más apetecibles:
los contactos verde-agua; entrada ésta que se hace con el brazo armado del
dinero, el Imperio de la Ley, y, si es preciso con la coerción, mordiendo como
cancerberos del infierno al tejido social y económicamente más vulnerable
asentado históricamente en esas zonas. Es así.
Las ciudades cuyas geografías tienen el privilegio de
compartir frentes de agua sean marítimos, lacustres o fluviales son, hoy por
hoy, un codiciado botín para el gran capital inmobiliario financiero. Esa
condición de muchas ciudades en el mundo representa una oportunidad o una
desgracia. En las ciudades europeas y norteamericanas, por lo general, esa
«oportunidad» se ha traducido en unas transformaciones urbanas que han abierto
el paso de dichas ciudades a las de una nueva raza, las llamadas «ciudades
globales» con un catálogo espectacular para el turismo intensivo y lacerante en
términos de costo social para las personas que, capa tras capa de la historia,
fueron los configuradores de ese “oikos”
o gran casa que son las ciudades, de la que suelen ser expulsados detrás de
éstos poderosos procesos de intervención urbana, llámense rehabilitaciones de
los cascos históricos, transformaciones de los frentes de agua, renovaciones
urbanas. Es planetaria la estela que se ciñe sobre nuestras geografías con esos
ejemplos en donde la reconfiguración a escala global del capitalismo deja unas
concreciones específicas a nivel local, que se hermanan con otras y otras en
cuanto que repiten a la misma suerte de ganadores, y a los mismos perdedores,
¡no sin la debida resistencia por parte de éstos últimos!
Si repasamos nuestra historia como latinoamericanos,
nos encontraremos en la mayoría de nuestras ciudades unas cicatrices que mucho
tienen que ver con éstos agentes cercanos al emperador: el mercado, en estas
ciudades periféricas, cuando toma la delantera en los temas de planificación y
gestión urbana de la mano de la norma
bendecida por el emperador, ¡o sin
ella!, deja como saldo mediato unas secuelas casi insalvables, traducidas en
fragmentación social y urbana, desigualdad, zonas muertas del tejido urbano a
partir de ciertas horas nocturnas, desalojos forzosos, privatización de lo
público, segregación socioeconómica, marginalización social, encarecimiento
inmisericorde de los alquileres, ganancia de muchos metros cuadrados para sus artefactos urbanos de la globalización que
tienen unos consumidores (¡perdón!.. quise decir público…) muy específico; y, muy
posiblemente, también vaya aparejado un impacto ambiental irreversible a partir
del más rampante desconocimiento sobre las escorrentías naturales y humedales
originarios del biotopo, de sus ciclos biológicos, pérdida de la diversidad no
sólo de sus especies vegetales y animales, sino también pérdida de la
diversidad humana que garantiza la sangre urbana del tejido de las ciudades, ¡ni
qué decir de los importantes movimientos de tierra! que suponen modificar
radicalmente la orografía de las zonas cuando lo consideran necesario para la rentabilización de la
inversión. Las expresiones rituales de ésta dinámica pervertida, a escala
territorial tiene sus expresiones en: los edificios de oficinas corporativas,
edificios residenciales de alto standing, hoteles de lujo, urbanizaciones
cerradas… yo paro de contar, ahora le toca a Usted, por favor: siga engrosando
la lista. Lo que se invisibiliza es
el coste social y ecológico que suponen esas grandes operaciones financieras para
la reproducción del capital, en donde, por lo general, al Estado le trasladan dos
tareas gemelas: el trato con las odiosas
plataformas de los resistentes, y el
grueso de la inversión pública destinada a transportes y a la construcción de
importantes redes de infraestructuras, para que unos pocos después, saquen partido
de las deleitosas zonas específicas en base a la exclusión de muchos, y aprovechando
siempre cualquier resquicio para la obtención de rentas diferenciales.
Le decía que la oportunidad de acuñar la moneda del Plan de Ordenación General Urbana de Limón (la norma, según el Gran
Kublai de Calvino), más que un espacio es un lujo por donde abrir un enfoque radicalmente
novedoso en el contexto de la
planificación y gestión urbanas costarricenses, máxime cuando nos acercamos a
los deliciosos bordes marinos: Estas ciudades han de merecer un gran “Pacto Urbano” con un marcado acento poético, realista, justo, equitativo, ecológico,
solidario, inclusivo y diverso y no importa si ésta oportunidad la obliga
en el caso de Puerto Limón la construcción de un tremendo puerto, el uso y
reciclaje del existente. Estamos a las puertas de gran un proceso-bisagra: con
la posibilidad de seguir contribuyendo en el fortalecimiento de una identidad
nacional que promueva la sostenibilidad como blasón de la República, en el caso
que nos ocupa a modo de un “Manifiesto verdiazul de Puerto Limón”,
rezo por ello. Y comento esto en voz alta para mí, un poco por ponerle un par
de zapatos de plomo a mis ideas, para que aterricen cuerpo a tierra; ustedes
los sociólogos lo llevan meridianamente claro en esto cuando la mayoría de
nosotros los arquitectos, ni siquiera nos damos por enterados de éstas,
llamémoslas, fricciones. Tener la
brújula correcta en cuanto a la filosofía de las intervenciones urbanas y más
aún en estas ciudades anfibias, nos evitaría hacerle el juego a una facción y recalar,
responsablemente, en el buen puerto de los derechos humanos de segunda, tercera
y cuarta generación. Prosigo…
Marco Polo le dice a Kublai que él también tiene un
modelo, y, acto seguido, desmorona el recorrido del Kan con una hipótesis que
más se asemeja al negativo de una fotografía, en cuanto se la contrasta con el
otro modelo. Dice Marco Polo que él también ha pensado un modelo de ciudad del
cual deduce todas las otras, y que en ese modelo, como en un baile monstruos,
reúne todo lo excepcional, todo lo que signifique exclusiones, todas las
contradicciones juntas, incongruencias y todos los contrasentidos, pero que
como esa ciudad no existe, después de observarlas todas durante sus andaduras
por el reino, a él sólo le bastaría eliminar alguna de estas cosas anormales en
el suyo para dar muy probablemente con alguna de ellas, y que ese modelo de
ciudad, tendría tantas posibilidades de ser cierto como el reino de la norma
que sobre ellas tiene el Kan. Calvino introduce magistralmente el elemento de la
dialéctica que está siempre presente en la construcción de las ciudades. Las
ciudades no son un reino platónico, aunque bien puedan ellas erigirse a partir
de cierto cuerpo legal que oriente e instrumente su vocación, bajo una determinada
estructura administrativa que vele por su materialización. La reflexión de Polo
nos traslada a una filosofía de las ciudades que muy bien podemos encontrarla
en David Harvey, quien entiende que las ciudades son el reino de la creación
del hombre por el mismo hombre y donde está condenado a vivir y a reinventarse.
Calvino y Harvey saben muy bien que las ciudades nunca han sido lugares
armónicos, ni liberados de exclusiones, contradicciones,
incongruencias, contrasentidos. La ciudad ideal no existe. El modelo silíceo del Kan no existe en la realidad para
todas las ciudades del mundo, así como tampoco el modelo de Marco Polo sobre
todas las ciudades del mundo. Pero sí existe el anhelo de cambiarlas desde
nuestros deseos más profundos, y, lo más ético e interesante resulta de ir
pintando en ese gran lienzo su vocación de justicia y equidad; lo más
interesante sea, quizá, el proceso y resultado de esa suerte de pugilato entre
todos los que reclaman para sí un pedazo de belleza, de paz, de armonía… ¡que
gane el duelo la creatividad sobre la destrucción y el egoísmo!
Continúa Marco Polo diciendo que él no puede estirar
su operación más allá de ciertos límites porque obtendría ciudades demasiado verosímiles para ser verdaderas, y
claro, esto es así porque la verosimilitud es una cualidad que debe estar
presente en una buena ficción; es decir, en el reino de lo irreal, por ello la
literatura más cara es aquella en la cual nosotros, los incrédulos, al
adentrarnos en un texto si éste está bien escrito, realizamos con el autor un
gran pacto de ficción y nos consumamos en su universo de palabras, como ante un
prestidigitador que de su sombrero saca conejos. La verosimilitud nunca, pero nunca es la verdad, sino una
representación de ella, escucha esto:
“Los demonios de Emanuel Swedenborg (1688 – 1772) no
constituyen una especie; proceden del género humano. Son individuos que,
después de la muerte, eligen el infierno. No están felices en esa región de
pantanos, de desiertos, de selvas, de aldeas arrasadas por el fuego, de
lupanares y oscuras guaridas, pero en el Cielo serían más desdichados. A veces
un rayo de luz celestial les llega de lo alto; los Demonios lo sienten como una
quemadura y como un hedor fétido. Se creen hermosos, pero muchos tienen caras bestiales
o caras que son meros trozos de carne o no tienen caras. Viven en el odio
recíproco y en la armada violencia; si se juntan lo hacen para destruirse o
para destruir a alguien. Dios prohíbe a los hombres y a los ángeles trazar un
mapa del infierno, pero sabemos que su forma general es la de un Demonio. Los
Infiernos más sórdidos y atroces están en el oeste.”
¿Tú crees en
los demonios, Roger?, ¿has creído en la raza de los demonios de Swedenborg?,
¿te compadeces que el castigo de éstos sea ir a morar al cielo?, ¿viste la
quemadura que les provoca un solo rayo celestial, fétido como el azufre?, ¿te
has enterado ahora que la geografía del Infierno, sin necesidad de conocer su
mapa se parece al mismísimo Demonio?, ¿a que no se te ocurriría pisar los Infiernos
que están en el oeste?, ¿al oeste de qué parte del mundo se refiere?
En este cuento de Borges, Los Demonios de Swedenborg,
sus criaturas no hacen nada más que temer al Cielo. ¿Por qué?, porque Borges ha
utilizado una partitura de palabras partiendo de cualidades reales, que todos conocemos empíricamente, para recrear
una ficción muy verosímil, ésta
ficción es muy “real” para quien la lee en cuanto cumple con los criterios
autoimpuestos de verosimilitud: olores, mapas, pasiones humanas, desdichas; los
demonios de Swedenborg se parecen mucho a nosotros, y por eso los creemos
posibles: viven en la esfera de la ficción y son maravillosamente posibles sólo
dentro de ella. Marco Polo dice que no ha querido empezar con la aritmética en clave
de sustracciones para no hacer una
ficción, porque entonces tampoco estaríamos frente a ciudades verdaderas.
Este diálogo entre el emperador y el mercader viene a recordarnos que la
construcción de todas las ciudades no calza en una sola de las caras siempre a
todo lo ancho y largo del planeta; nuestra moneda
está a medio camino, está en la
resolución de éste diálogo; es decir, el emperador puede imaginar la norma
antes que existan como expresión física, y de eso, sobran ejemplos desde
Brasilia para abajo; y las razones del mercader, como metáfora de los
intercambios entre personas, entre bienes y entre distintos saberes, viene a
soplarle en la cara al Estado, al leviatán, que las ciudades reales existen
como espacio de construcción histórica, en una inacabable lucha por modelar una
determinada aspiración de justicia, pero ¿cuál
de todas las justicias?: ¿la que bendice el derecho a los especuladores a
tomarse como propio lo que es un bien de todos y todas?, ¿la que reconoce la
diversidad de sujetos y subordina al interés público todas las iniciativas en
aras de una paz social? Son temas que le competen al urbanismo, a todos: a las
mujeres y a los hombres que desde el ejercicio de las funciones públicas, desde
las empresas privadas y desde la óptica de los grandes urbanizadores del tercer
mundo y de todos los mundos: sus pueblos, actúan como un gran arquitecto
colectivo; por ello soy consciente que esta carta contiene unas preocupantes
líneas rojas. Lo sé. No puedo dejar de pensar en cómo viven los grandes
perdedores de siempre, y su precaria inserción en los sistemas urbanos teniendo
un Goliat que en todos lados está como un impertinente y macabro fantasma. A lo
mejor la mansedumbre e inminente muerte de los corderos me dejó algo
atolondrada, pero si me empiezas a tener un poco de fe, te prometo que en una
tercera carta, y bajo la luz que arrojen tus apreciaciones, empezaré a dejar
salir todo lo que modestamente entiendo podrían ser claves estimulantes que,
desde la temática de lo urbano, tengan a bien ser consideradas para el abordaje
de la cara moneda del Plan de General de Ordenación Urbana de
Puerto Limón.
Te decía al comienzo de esta carta que me desperté de
madrugada un poco sobresaltada. Tantas emociones y pensamientos no me dejaban
dormir, me quedé en estado de vigía y recordando:…Roger. el mar. la playa de
Limón. Las ranas. la carta. el plan. Calvino. Japdeva. Kublai Kan. la Flor de
Jamaica. José María, los barcos, Marco Polo. un perezoso. la lluvia. los cocos.
los lagartos, mi vida, el tabacón, la universidad, los helechos, los pescados.
una ciénaga, un lecho verdioscuro, las aves del paraíso. Roger, el mar, las
sandías, las mujeres como panteras de Limón, entaconadas, esculpidas, fibrosas
y de nalgas prietas, el sándalo. los akis, los anacardos, la madera. el tabacón,
los rojos taxis, una marina, las tortugas. las sombras dentadas del palmeral, el
humo, el ruido, los chicharrones. el garbo aflautado de los bambúes. una
gabarra salitrosa enterrada cerca de la costa. los cuentos en inglés de una
mujer de edad insondable y belleza felina. los pintores, Roger, Calvino, Kublai
Kan, la suerte, mis libros, los nísperos, Senegal… la incógnita… los
tamarindos. una loma verditerrácea. los zopilotes como moscas. pocos perros.
las pelucas. un croar digno de acompañar a la filarmónica de Berlín, Roger, las
aves del paraíso, un muelle, los jugos con jengibre, Susana Baca. pocos amigos.
Gilberto Gil, un aire dulzón, el Mato Grosso, Milton Nascimento, la lluvia
rabiosa, las casitas, el calor, un pesebre, los techos bajos. Victoria Santa
Cruz. el plan. un pacto, unos planos… una iguana, Puerto Príncipe, la libertad,
Totó La Momposina, unos ojos almendrados, otros rasgados, los gondolieri… la United Fruit Company, la
fruta del árbol de pan, Alexandre Pétion. Maracaibo. Simón Bolívar… el suero de
plátano, las piñas más divinas del mundo, la Amparo López-Callejas, la flor de
Jamaica, José María, las guanábanas… el amor pixelado, un lápiz y un papel… y
vuelta a empezar… Roger… el mar… las mariposas... la playa de Limón… el plan…
Calvino… la belleza... la carta… la última carta…
…y entonces, mientras estaba en medio de ésta cascada,
comenzó el cielo del Rif a besar la tierra con su escarcha más preciada. Con el
lápiz y un papel sobre la cara, me dormí.
Elsy
En Cádiz, a 28 de octubre de 2012
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